sábado, 27 de septiembre de 2014

Crónica de la V Madri-Segovia (100k, +2100/-1800)

Son las 8:35 AM. Hace cinco minutos que ha empezado mi sueño. Me encuentro volando sobre el asfalto con un grupo de cabeza de seis corredores. En seguida reconozco a uno, es Carlos Micra. Lo conozco de oídas porque había ganado la III Madrid-Segovia en 2012 con un tiempo de 9:15. Yo me había estrenado con esa misma carrera en esa misma edición en el apasionante mundo de los ultras. El estreno no había ido nada mal (11:51:13) teniendo en cuenta que mi objetivo era acabarla, por los calambres que me retuvieron en el avituallamiento de Cercedilla unos 40 minutos, porque solo solo empecé a apretar fuerte los últimos 25 km y sobre todo porque cuando aquello llevaba solo un año y medio corriendo; en realidad llevaba 1 año y medio haciendo deporte. Me había pasado los últimos diez años sin hacer prácticamente nada, fumando mucho y en los últimos tres años con algo de sobrepeso (jeje).
Perfil altimétrico de la Madrid-Segovia 2014 (102 Km +2100/-1800 m.)
Volviendo al tema ... ¡estamos volando sobre el asfalto! No paro de mirar el reloj. Me marcan ritmos siempre por debajo de 4:15 min/km. ¿Están locos estos tíos? ¿Saben lo que hacen? La verdad es que mis sensaciones son muy buenas así que no tengo ninguna duda de seguir en ese grupo de carrera. ¿Por qué? Mi objetivo en esta carrera era darlo todo, conocer mi límite. Sí, ya sé que suena a copia barata del "Where is the limit?" de Josef Ajram. La estrategia era clara: salir a darlo todo a un ritmo en el que casi con toda probabilidad mi cuerpo diría basta en el kilómetro 63, en el avituallamientode Cercedilla. No me preocupaba reventar en ese punto. Solo consideraría un fracaso acabar con la sensación de que podía haber hecho más. Total, ahí estoy yo sin ningún complejo en un grupo de cabeza de 6 corredores: Jose Manuel García Martínez, el ganador de este año con 8:44:00 y a dos minutos del record absoluto de la prueba; Jaime Calleja, el segundo clasificado con 9:02; Antonio Martín Perdiguero, cuarto clasificado; Carlos Morales, alias Carlos Micra y campeón en la edición de 2012; ClaudioLuna, campeón de veteranos en 2012; un chico misterioso con camiseta blanca; y yo, un intruso entre tanto pro.

Grupo de cabeza liderando la carrera con fuertes ritmos desde los primeros kilómetros.

No sabemos quién el chico de camiseta blanca pero de repente el tío coge ventaja para ponerse a marcar el ritmo sin mirar para atrás, asunto que me impresionó bastante. No llevaba mochila; tan solo un cinturoncillo, por llamarlo de alguna manera, con una bolsa de agua (un sistema que no había visto en la vida).

El tiempo avanza y llegamos al primer control, a la altura de Tres Cantos. Me encuentro cómodo y decido hacer un pequeño sprint para pasar primero. La verdad es me hacía mucha ilusión (cosas de novatos). Me sellan el documento de paso, se me cae el papel hasta tres veces seguidas y el bidón dos. Con tanta torpeza doy la sensación de ser el primo blanco de Steve Urkel. Está claro que no estoy acostumbrado a respostar con tanta prisa. Estos pros no pierden ni dos segundos. Salgo algo retrasado por culpa de respostaje fallido. Hago un esfuerzo y alcanzo otra vez a José Manuel y a Antonio. En ese momento somos tres. Jaime, que lo tiene bastante claro se escapa por delante. Hay algo dentro de mí que me impulsa a hacer un pequeño esfuerzo para cazar a Jaime. Me encuentro muy a gusto corriendo con los primeros, aunque sea solo un espejismo. A todo esto, llevábamos 15 km y llevamos una media de 4:15 min/km. Una vez le alcanzo, empezamos a rodar a juntos. En seguida empezamos a hablar, nos presentamos y me cuenta un poco sobre su evolución. En concreto, este año había ganado los 100K de Colmenar, ostentando el récord absoluto de todas las ediciones. Está claro que en los grupos de cabeza hay mucho pro con unas cuantas gestas a sus espaldas. Al cabo de muy poco rato, Jose decide hacer un esfuerzo y unirse. En realidad no era ningún esfuerzo porque el chaval es una máquina. Total, en ese momento somos tres. A unos metros delante, el chico misterioso de blanco. En muy poco tiempo llegamos a Colmenar (km 27). Todavía sigo muy vivo y fresco. De nuevo me entra el impulso de pegar un sprint y coger algo de ventaja con respecto a grupo de cabeza para llegar antes al control. Esta vez lo hago con el único objetivo de que no me superen en el avituallamiento ya que no puedo evitar ser más lento que ellos. Lo hago con una ventaja de unos 30 segundos. Perfecto. He pasado los dos controles en primera posición. Esta vez sello, reposto más o menos rápido (había dejado una mochila con comida), como un poco de sandía, cojo tres plátanos y salgo. Me pareció un repostaje casi perfecto pero ... ¡caramba! En esos tres minutos habían llegado los de detrás (Jaime, Antonio, José Manuel y el chico misterioso), habían hecho casi lo mismo, habían salido escopetados y ya me sacaban una ventaja de dos minutos aproximadamente. Había pasado de primero a quinto por parar en un avituallamiento. ¡Joder! ¿Pero esta gente no come? ¿Soy yo que le doy mucha importancia a la comida o ellos que no saben la importancia de la alimentación? Supero este momento de ira y me pongo en marcha. Según salgo del avituallamiento llega Carlos Micra. Me fastidia un poco tener que empezar a correr solo pero mejor eso que perder el par de minutos que ya tengo de ventaja con Carlos.

Empezando a correr solo después del avituallamiento de Colmenar

Sigo solo unos tres kilómetros y cazo a otro tío. ¡Coño! No es ninguno que hubiera visto antes. En realidad me habían adelantado cinco, no cuatro. Me empiezo a poner nervioso y le pregunto a cuánto están los otros. Me dice que a unos 4 minutos pero que no me preocupe, que esto es muy largo. Será muy largo, pero en esta carrera he aprendido que lo de correr con cabeza es una frase muy bonita ... pero poco efectiva si quieres hacer un buen puesto. Creo que hay esforzarse mucho en cada metro. En un libro de ScottJurek había leído que en carrera, si no estás sufriendo bastante en todo momento, no te estás esforzando lo suficiente. Mi intención es dejarme la piel y abandonar en Cercedilla si es necesario. Por eso no hago caso al consejo del chico y meto el turbo. En seguida lo dejo muy atrás. Vuelvo a ser quinto. En poco rato pasó un control más, el del puente medieval y en el que se encuentra el cruce que tiene la carretera que va a Cerceda. En esta carrera he aprendido que mola bastante ir en solitario en puestos de cabeza porque la gente te anima mucho y porque en los puestos de control se vuelcan contigo. Al cabo de unos cientos de metros, una chica me grita: -¡Muy bien, muy bien! Esto se corre con la cabeza.- Yo le respondo: -Jaja. Hoy corro más con las piernas y el corazón.- Esto me hace pensar que igual me veía muy fresco y que era signo de que no me estaba esforzando lo suficiente. Esto me mosquea porque ese no es el plan. Vuelvo a meter el turbo y al cabo de un rato diviso a lo lejos al chico misterioso, el de la camiseta blanca y el cinturoncillo. Tiene pinta de que le están fallando las fuerzas. En seguida me pongo a su altura y comenzamos a hablar. Resultó ser muy majo. En poco rato llegamos a Manzanares el Real (km 42). Esta primera maratón sale a 3:15:00 más o menos. Es increíble pero mis sensaciones son todavía buenas. No obstante, la ventaja con el grupo de cabeza había aumentado a unos 8 minutos. Salgo de Manzanares con mi nuevo compañero. No obstante, a los pocos kilómetros se descuelga. ¡Como no se iba a descolgar sin este chico no comía ni bebía prácticamente! Una lástima, la verdad. Me iba haciendo a la idea de que iba a tener que correr lo que me quedaba de carrera solo, unos 60 kilómetros. Me había quedado en tierra de nadie. Tiro por el Camino del Cerrillo del Canto hacia Mataelpino. Tengo tres o cuatro minicrisis en algunos repechos que me hacen andar unos metros. En el fondo era más desmotivación por creer que el cuarto puesto sería lo máximo a lo que iba a poder aspirar. No obstante, el ambiente y el apoyo en el avituallamiento de Mataelpino me vuelven a enchufar y acordarme de que había que morir con las botas puestas. En poco tiempo estoy casi en La Barranca. Un hombre me dice: -Vamos, ¡que vas primero!.- Le respondo: -No, imposible. Voy cuarto-. Me replica que es seguro, que no ha visto pasar a nadie. En ese momento pienso que el grupo de cabeza se ha podido perder y que quizá hayan tomado un camino equivocado. No sería la primera vez que pasa. Aunque no me emociono mucho, esa posibilidad me da muchas fuerzas. Al llegar al avituallamiento de la Barranca me confirman que voy cuarto. El hombre que había dicho que no había visto pasar a nadie antes que yo estaba equivocado y no se había enterado del tema. No obstante, me había dado sin querer motivación para empujar fuerte. En el avituallamiento me dicen que había conseguido reducir la distancia con el chico que iba en tercer puesto, estaba a unos tres o cuatro minutos. La posibilidad de podium estaba ahí.

Hasta Cercedilla la carrera transcurrió sin muchos cambios. Yo iba comiendo kilómetros a buen ritmo con buenas sensaciones. Eso de reventar en Cercedilla ya era una chorrada. A esas altura me había dado cuenta que eso no me iba a pasar. Mi objetivo era robar el tercer puesto al chico que tenía delante, a Antonio Martín Perdiguero. Cuando llego a Cercedilla, le encuentro en el avituallamiento listo para salir. Yo todavía tarde unos cinco minutos más. La verdad es que volví a estar muy torpe con el tema de gestionar las cosas que tenía en la mochila que había dejado allí. Al salir entra Micra. Madre mía es lo que pensé. Parecía que se había descolgado hacía mucho rato pero no era así. Seguía aguantando el ritmo como un auténtico campeón, como lo que es. Esto me hace empezar a darle caña, no fuese a ocurrir que me alcanzase y perdiese también la cuarta posición. Sabía que si eso pasaba, iba a perder la motivación que necesitaba para afrontar lo que quedaba de carrera, y sobre todo la subida al Puerto de la Fuenfría. Tocaban subir unos 900 metros de desnivel positivo acumulado del tirón en unos 15 km de distancia. Al principio, los primeros 6 km son más duros. Los últimos 8 km son más suaves y se pueden correr si vas bien. En cuanto empiezo a subir me noto justo, sin ritmo y con problemas de estómago. No consigo digerir nada de lo que había comido. Lo peor es que llevaba el estómago lleno de agua y comida que no pasaba al tubo digestivo. Algo estaba empezando a fallar. Al más mínimo esfuerzo se me salía líquido del estómago por la nariz. Tras media hora de subida no mejoraba el tema. Lo peor es que tenía mucha sed. Sin embargo, no podía beber más porque tenía el estómago lleno. Una lástima porque mi fuerte en carrera es tener un estómago a prueba de bombas. Creo que eso me suele dar algo de ventaja sobre los demás. Decido no comer ni beber más hasta encontrarme completamente bien, algo que va en contra de lo que suelo predicar. No obstante, esta vez sería un caso urgente y ésta la única solución. Por culpa de este tema, en las últimas tres horas y media solo tomé un gel y cinco gominolas. No obstante, en cuanto conseguí reducir algo el problema del estómago pude encontrar buenas sensaciones subiendo. Diría que estaba hasta disfrutando. Me daba miedo porque el pulso le tenía por las nubes y subía demasiado emocionado. Corría dos kilómetros y andaba un minuto. Volvía a correr otros dos kilómetros y volvía a andar un minuto. Y así hasta que empecé a ver a Antonio a unos 300 metros. Creo que podía haberle cazado en la subida. Sí. No obstante, tampoco era plan de reventar ya que tenía claro que si llegaba con buenas sensaciones al control en lo alto del puerto, podría bajar a tope y cazarle a Antonio sin problemas. Es la única vez en todo la carrera que tiré de cabeza y no de corazón. Para ello, media hora antes, me había tomado el último antiinflamatorio. El objetivo era eliminar algunos dolores en cuádriceps que me empezaban a fastidiar severamente. Finalmente llego arriba. Creo que me sale una media de 6:40min/km desde Cercedilla. Allí no como. Solo reposto con isotónico (como siempre). Sin embargo, después de comentar mi problema de estómago, me dan el consejo de no recargar con isotónico, al menos una de las botellas. Había que tener en cuenta que necesitaba mejorar un poco el estómago para poder meterme algún gel con garantías de no vomitar. La verdad es que era arriesgado porque me quedaban 22 kilómetros que tenía que zapatear a un ritmo infernal si quería cazar a Antonio que, entre pitos y flautas, me debía sacar tras este avituallamiento relajado unos cuatro o cinco minutos otra vez. Esta vez no me lamenté de haber perdido tiempo. Sabía que el descanso y los estiramientos que había hecho después de rellenar botellas me ayudarían en la bajada.

Vista impresionante en la subida al Puerto de la Fuenfría desde el Mirador de la Reina.


Comienzo a bajar. Apenas he avanzado 100 metros encuentro sensaciones muy buenas. Estoy emocionado. Después de un kilómetro me encuentro bajando muy concentrado a ritmos de menos de 3:50 min/km. Estoy pletórico. En cinco kilómetros le recorto a Antonio casi toda la distancia. Era el momento de adelantarle pero ... ¡cuidado! Empezaba a acusar la bajada frenética que había hecho. No estaba seguro de que hacer. Podía pararme y correr a su lado un buen rato para jugármela más adelante en el último tramo de carrera o, por el contrario, pasarle rápido para tratar de desmoralizarle. La segunda opción era arriesgada porque tenía que seguir corriendo a ritmos de 3:55 min/km para que pareciera que iba fresco y que no tenía dudas de que el tercer puesto iba a ser para mí. Por lo menos, necesitaba seguir con esos ritmos hasta perderle de vista. Eso iban a ser un par de kilómetros más. ¿Aguantaría tanto? Estaba apostanto todo el rato a la mayor y prefería perder así. Llega el momento y me pongo a su lado. Le pregunto qué tal va en plan cortés. No me acuerdo de las palabras exactas de su respuesta pero sí del tono y de la cara. Eso es suficiente para darme cuenta de que no va en su mejor momento. Además, esa suposición concordaba con la información que me habían estado proporcionando los voluntarios de los avituallamientos durante la subida al Puerto de la Fuenfría. Él me devuelve la pregunta. Sabía que lo iba a hacer porque estaría interesado en saber como iba yo y, por eso, tenía la respuesta preparada. -¡Muy bien! Estoy fenomenal. Tengo unas sensaciones muy buenas. Bueno, voy a seguir tirando. ¡Suerte!- ¿Se habría creído mi respuesta? No lo sé pero era fundamental seguir volando hasta que me perdiera de vista para que mi actitud resultase más verídica. Una vez fuera del alcance de sus ojos podría bajar el ritmo y descansar, suponiendo que él, al verme tan eufórico, se hubiese dado por vencido. Consigo seguir unos kilómetros más y cumplir ese objetivo. La verdad es que empezaba a estar muy fastidiado. Llego al avituallamiento que está casi al final del tramo de la carretera que tocaba hacer en la bajada de la Fuenfría hacia Segovia. No como nada y relleno un poco de agua. Tenía las botellas casi llenas porque llevaba sin casi beber durante bastante tiempo. Justo cuando voy a salir me llevo el disgusto de que veo llegar a mi perseguidor. Es una lástima que en esos dos minutos que pierdo en ese avituallamiento se haya disipado la ventaja que le había metido a Antonio. Aunque yo salía cuando el llegaba, tenía el problema de que volver a verme significaba que no lo daría todo por perdido y seguiría empujando fuerte. Estaba claro que este chico es un luchador y no iba a tirar la toalla tan fácilmente. En ese momento salgo disparado dejando la carretera y, por tanto, el bosque de pinos que nos protegía del calor. ¡Madre mía! Eran sobre las cinco de la tarde y el sol pegaba fuerte casi de frente. No sabía la temperatura pero quizá estuviese haciendo unos 33 grados. Sigo bajando a ritmo pero la bajada era algo técnica y había que tener cuidado. Cinco kilómetros más adelante empiezo a desfallecer. El calor me está pasando por encima. Casi no había comido en un par de horas, no había bebido isotónico en mucho tiempo y casi tampoco agua. Creo que me faltaban sales. Encima iba sin gorra. La había dejado en la mochila del avituallamiento de Cercedilla pensando que no la iba a necesitar porque cuando pasé por ese punto estaba nublado sin pinta de que fuese a aclarar. ¡Qué gran equivocación! Para colmo de males empiezo a tener algún principio de calambres. De repente, empiezo a notar escalofríos y me doy cuenta de que tengo la piel de gallina. Con ese calor, eso solo puede significar que mi cuerpo está colapsando. Noto mi corazón palpitar demasiado fuerte. En ese momento pienso que es imposible que lo vaya a conseguir. Me olvido del tercer puesto y empiezo a temer por mi integridad física. Decido andar aún a sabiendas de que podían dar caza en cualquier momento. Además, en ese estado no tendría ninguna posibilidad de reacción. No pasaba nada. Me la había jugado y me había salido mal. Había encontrado mi límite y eso me hacía feliz. No era cuestión de morirme allí. Estaba claro que mi fuego se estaba apagando. No me quedaba combustible extra y no me refiero a hidratos de carbono, sales, etc. Me refiero a esa falsa idea del Yo, causada por el deseo, la necesidad, la conciencia, la codicia, el odio, la confusión, la ignorancia ... y muchos más factores que nos impulsan más allá del límite físico. Empecé a notar que a pesar de estar físicamente destrozado, acababa de encontrar un estado de paz y relajación agradable. Había encontrado el nirvana.

De repente empiezo a notar un brisa en mi cara. Al principio no le doy importancia pero dura lo suficiente para espabilarme un poco, para arrancarme de ese estado de relajación mental agradable que me tenía atrapado. Parecía una brisa constante, parecía que podía durar. De repente dejo de notar ese calor machacador en mi cabeza. De forma increíble me recupero un poco, lo justo para que vuelva la esperanza y las ganas de luchar. De repente, la suerte hace que una pequeña nube se interponga entre yo y ese sol castigador. Miro al cielo para ver si es un espejismo fugaz. Por la posición de la nube y la dirección de la misma, cálculo que tengo un par de minutos, al menos, sin sol directo. Empiezo a creer de nuevo. Creo que puedo poner la maquinaria en marcha otra vez. Todo mi cuerpo empieza a responder. El único problema es saber si los calambres en los gemelos terminarán de manifestarse. De calambres uno no se muere así que sin ninguna duda empiezo a correr. En poco tiempo llego al último avituallamiento. Me preguntan qué tal voy. Respondo de forma automática que bien mientras mi mente está pensando que la pregunta sobra, que si quiere saber la verdad que mire a mi cara. Estaba claro que muy mal pero tenía también cara de que no me rendía e iba a morir con las botas puestas. Desde ese avituallamiento parece que puedes tocar Segovia con tus manos pero todavía quedaban 7.8 Km. ¡Qué desesperante! Psicológicamente es durísimo. El podómetro del reloj había dejado de funcionar unos kilómetros más atrás y ya no calculaba bien la distacia. En realidad pensaba que quedarían unos cuatro. La diferencia, 3.8 kilómetros, puede parecer que no es muy grande. Sin embargo, a esas alturas era machacadora, realmente desquiciante. Sigo adelante y empiezo a poner todo la carne en el asador porque mi rival ya está muy cerca. Me tiene a golpe de sprint. La verdad es que las piernas no conseguían empujarme a menos de 5:10 min/km. En cualquier caso, tampoco creía que mi rival inmediato fuese a empezar a volar. Tras un rato empujando, creo que consigo cierta ventaja, quizá unos 600 metros. Faltaban unos 4 kilómetros. Podía conseguirlo. Me lo estaba creyendo.

Cuando todo parecía que era posible, empecé a vivir las peores pesadillas. En 2012 me había perdido para entrar en Segovia por culpa de la señalización. La verdad es que ya no me acordaba del camino y no había casi señales. De repente llego a un punto donde puedo seguir recto para cruzar una carretera o tirar a la derecha por un camino que cruza la carretera por debajo de un paso a nivel. Justo en ese punto hay un flecha amarilla algo inclinada hacia la derecha. Podía significar que había que girar y meterse por el camino o simplemente que alguien la había pintado la flecha con prisa. En ese momento me entran las ganas de llorar. ¿Cómo es posible que no hubiese ningún plástico en la lejanía que me diese una pista? Después de todo el esfuerzo y de estar al borde del colapso total, podía perderlo todo por culpa de la señalización. Abandono la idea de llorar y tomo el riesgo de girar a la derecha por debajo del paso a nivel. Ando 200 metros sin ninguna señalización. Me doy cuenta que no puedo acceder al paso a nivel si no es escalando una valla. Me había equivocado claramente. Había elegido mal la opción. Sin embargo, me doy cuenta que si consigo acceder al paso a nivel coseguiría cruzar al otro lado de la carretera perdiendo unos 150 metros con respecto al camino original. La otra opción era desandar el camino de 200 metros y hubiera perdido los 400 metros que era más o menos lo que llevaba de ventaja. Decido saltar la valla. Se me queda el pantalón enganchado. Tenía que pasar. La ley de Murphy empezaba a cumplirse a la perfección. No me queda más remedio que saltar fuerte y conseguir que el pantalón se desenganche por la fuerza bruta. Lo hago a coste de pegar un salto desde una altura de un metro y medio con el consecuente daño terrorífico para mis gemelos. Lo consigo y cruzo el paso a nivel. Giro a la izquierda y me encamino hacia el camino original. Todavía había esperanza porque había perdido unos 150 metros de ventaja. Debería tener un colchón de unos 300 metros. Sigo con actitud positiva y de repente se revive la pesadilla. Hay un camino de frente en el que no veo ningún plástico blanco. A la derecha un camino con un plástico blanco muy pequeño. No parecía la señalización de la organización pero era lo único que había. Sin margen para meditar, tomo ese camino. Al llegar al plástico me doy cuenta de que definitivamente no era el plástico de la organización. Decido seguir hacia adelante. Llego a una especie de Parque en el que no se puede tirar de frente. Me había vuelto a equivocar. Menos mal que había un anciano en el parque al que le grito con voz histérica. -¡Segovia, Segovia, el acueducto! ¿Por dónde? ¡Rápido!- Me dice que hacia la izquierda y en seguida me doy cuenta de que por la izquierda retomaría el camino original habiendo perdido solo otros 100 metros. Lo hago. Una vez en el camino original me empiezan a animar unos guardias civiles. Me dan ánimos y me dicen que voy tercero. Esto es un chute de adrenalina porque lo de que mi perseguidor iba detrás a unos 200 metros era un puro cálculo matemático realizado en momentos de mínimos de azúcar en mi cerebro. Un pequeño error de cálculo hubiera supuesto que me habría adelantado por el camino original y se hubiera puesto por delante mío. Pero no fue así. Sigo recto.

Quedan tres kilómetros más o menos y estoy ya en el interior de Segovia. Ya no había tiempo para cálculos. Era un todo o nada. No veía a mi perseguidor detrás mío y tiro a ritmos de 4:10 min/km. Esta claro que cuando te la juegas los últimos metros sacas fuerzas de donde puedes. La señalización vuelve a fallar pero me da igual porque voy por la calle principal en dirección al acueducto. Entre pitos y flautas, quedan dos kilómetros. En ese momento pienso que con un ritmo de 4:10 min/km, y sin ver a Antonio detrás, es imposible que me pille. Cuanto todo parecía estar ganado, echo la cabeza para atrás por última vez y, de repente, aparece de la nada esa camiseta amarilla que tanto temía. Está ya a a 100 metros y viene a una velocidad de vértigo. Me acuerdo de la última carrera de 10K que hice que me pasaron sprintando en línea de meta sin poder reaccionar. Pensé, ¡no me a volverá a pasar! Empiezo a sprintar todo lo que puedo. El corazón se me empieza a salir el pecho. Creo que me va a dar un infarto. Miro el reloj y me dice que voy a ritmo de 3:30min/km. Después de 100 Km es un auténtico milagro poder zapatear a esos ritmos. Por supuesto, más milagro iba a ser zapatear a ese ritmo los dos kilómetros que faltaban. Las sensaciones malas que tuve durante los últimos siete minutos son casi indescriptibles. Ha sido el mayor sufrimiento al que jamás me he sometido. En esos momentos me doy cuenta que la frontera entre el paraíso y el infierno es muy delgada. Sin duda alguna, en esos siete minutos me encontraba en el infierno. Sucede además que siete minutos en el infierno son demasiado largos. Parece que el tiempo se detiene. De repente veo la meta. Iba a cruzar la frontera hacia el paraíso. No se me ocurre mirar para atrás ni aminorar lo más mínimo. Cruzo la meta. ¡Lo había conseguido! Era el tercer clasificado absoluto de unos 1200 corredores, subiría al podium en una prueba importante, la prueba que me vio nacer en 2012 como ultrafondista. Había cumplido con mi más grande sueño deportivo. Todavía no podía disfrutar de la victoria porque estaba a punto de desfallecer.

El dolor al llegar a la línea de meta era infinito pero sabía que se había acabado. Podía morirme allí mismo tranquilo.


Cuando recupero un poco el aliento, miro hacia atrás. Había mucha gente aplaudiendo. El del micrófono habla sin parar. La verdad no escucho gran cosa porque la crisis que tengo es bestial. No obstante, saco fuerzas para mirar el reloj de la línea de meta. Marca 9 horas y 13 minutos. No puede ser. Había bajado, a pesar de los problemas que tuve en la última parte de la carrera, dos minutos la marca que hizo Carlos Micra cuando quedo campeón de la prueba en 2012. Acababa de alcanzar el éxtasis.


Unos metros más adelante, ya podía levantar la cabeza. Aunque estaba todavía muy mal empezaba a ser consciente de lo que había logrado.

Y por supuesto, ya más recuperado ... ¡el momento soñado!, la subida al podium. Creo que yo, a pesar de haber quedado tercero, era el más feliz de los tres que estaban allí.

De izquierda a derecha: Jaime Calleja, José Manuel Martín y yo.
Espero que os haya gustado la crónica y que, de alguna manera, hayáis podido revivir conmigo los momentos de esta carrera. ¡Hasta la próxima!

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